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Descripción del proceso

El proceso del lino conlleva un duro y laborioso trabajo, en el cual los vecinos del pueblo colaboran, desde los más pequeños,  mentes ignorantes con ansias de aprender, a los más ancianos, expertos maestros ilusionados por enseñar.

En abril, cuando las frías heladas cesan en su insistente aparecer y los primeros rayos de sol primaverales se abren paso, llega el momento de la siembra del lino. La liñaza, la semilla del lino, se escurre de entre las manos curtidas de los acostumbrados cosecheros y con un impulso se alza al cielo para luego caer esparciéndose por todo el terreno.
En pocos días nace la planta, unicanle y de hoja estrecha. Bien entrada la primavera germinan unas delicadas y hermosas flores azuladas, las cuales con el avance de los calurosos días veraniegos se cierran convirtiéndose en pequeñas bolitas, el bagaño.


Con el paso de los días va cogiendo un color tostado, es en este momento, ya por el mes de agosto, cuando se arranca la planta.
El día de la recogida, en la propia finca, se realiza el “ripado”, se trata de separar el “bagaño” de la planta. La razón de tal aprovechamiento es debido a que en estas bolitas se encuentra la “liñaza”, la que se pone a secar y se conserva para la siguiente cosecha.


A partir del “ripado” todos los pasos que se realizan durante el proceso, hasta conseguir el hilo, tienen como misión separar la fibra de la paja.
En primer lugar se atan en manojos, los cuales se echan en el río durante nueve días, “el enlagado”, esta acción tiene como fin el curtido de la planta.
Una vez superada esta fase se ponen los manojos a secar en una pradera durante siete días. Ya seco se recoge y se extiende en la “eira”, zona típica de la arquitectura tradicional gallega (equivalente a un corral), donde se pisa con las vacas, esto se conoce como “mallado”. Cuando se recoge el lino se crean unas pequeñas porciones que se denominan “estrigas”. Estas se guardan y almacenan para más tarde pasar por el “tascón”.
Con la caída de las primeras hojas de los árboles se comienza a “tascar” el lino. Se cogen varias estrigas de lino y con un movimiento rítmico se mueven los brazos para un lado y para otro, pasando el lino por una superficie vertical de madera. Con ello se le van quitando las mayores impurezas que aún se aferran a la fibra.


Día tras día el tiempo se vuelve más crudo y todas las labores que siguen al “tascado” se ven necesitadas de un cubierto. El siguiente proceso de purificación se denomina “espadelad” con ello se trata de eliminar ya las últimas “arestas”, pajitas que se resisten a desprenderse de la fibra.
Una vez conseguida la fibra totalmente limpia se peina, se pasa por el “rastrelo”, un enorme peine con puntas de hierro. Esto se hace para separar la fibra fina de la gruesa, el “lenzo” de la “estopa”. Tras esta última clasificación se hila, la fibra se coloca en la “roca” la cual enroscándola se va convirtiendo en hilo, el cual al mismo tiempo se enrolla en el “fuso”. El hilado era uno de los trabajos que se realizaba en los escasos ratos libres, al terminar otras tareas, o en los más duros días invernales en los que no era posible el trabajo en el campo o fuera de casa. Los momentos en los que más se hilaba era por las noches, se juntaban varias personas y entre cánticos y cuentos se hacían sus “mazarocas”.


La mayoría de la gente no hilaba su propio lino, puesto que no todos lo sembraban. En cuanto a las cosechas las familias se turnaban cada año. Los dueños del lino repartían los “serros de lenzo”, la mejor parte de la fibra, entre las mejores hilanderas, dejando para el resto los “manelos” de estopa, de la que se obtiene el hilo más basto y bruto. Al final de la temporada, cuando el hilo ya estaba hilado, los patrones hacían las llamadas “comidas das  fías” estas eran una de las comidas a las que se asistía en función de los “madejas” que se hilaban, dependiendo de ello se podía llevar acompañante o no. La comida típica era un caldo de migas, bacalao y papas de arroz, un auténtico manjar para aquellos tiempos.


Todo el conjunto de hilo que se enrrollaba en el “fuso” se denominaba “mazaroca”. Estas se pasan al “sarillo” de donde se sacan las “meas”, madejas de hilo con las que posteriormente se trabajará en el telar. Pero antes hay que blanquearlas, para ello se meten en un “pote” y se hierven a fuego lento, dentro de ella se echa la “borralla de toxo”, ceniza de tojo, o si se desea que el hilo quede con un toque de color se le puede echar polvillo de ladrillo de barro, de teja o cáscara de cebolla.
Después de todo este proceso se ponen en la “devanduira”, de donde se obtienen los novelos, ovillos de hilos listos para pasar a la “urdidora” donde se prepara la “urdimbre”, para colocarla en el telar. Otros pasan a “roda das canelas” donde se hacen las “canillas” para ponerlas en la “lanzadeira”.


Una vez echa la urdimbre con los hilos cortados según el ancho de la tela se coloca en el telar. Se henebra primero el peine, “el batán”, y luego las mallas, que van según el dibujo de la tela, el cual también varía dependiendo del pedal que se pise, cada uno va enganchado a  un lizo y cada lizo lleva una serie de mallas.
Y por último después de tan grandioso y duro trabajo llega el momento de oír el  “batán” del telar, se pasa la “lanzadeira” y el estruendoso peine golpea ese fino hilo que atraviesa la urdimbre.


Con las telas en las manos de nuestras artesanas, un bastidor, un ganchillo, unos bolillos o mismo una aguja de bordar, todas ellas cogen forma, diseño y estilo. Comienza la elaboración de una amplia gama de productos como chales, foulards, cortinas, colchas, tapetes, vestidos o hasta broches.
He aquí el resultado del trabajo de todo un año, el sacrificio del día a día de un pueblo, de Carreira, con una gran ilusión, dar valor a esta artesanía, recoger lo mejor de una tradición que nunca debe serl olvidada.

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